domingo

El Farero y la Soledad (Relato sin pretensiones) Parte 3/4

Como dije el faro de Berto estaba lejos del pueblo, un estrecho istmo de rocas soportaba un árido camino de tierra, al final del mismo apenas si se divisaban las primeras casas del pueblo. Normalmente nadie se acercaba al faro, solo algún chaval con su caña se arriesgaba a lanzar sus aparejos a unas aguas rocosas y traidoras para este tipo de artes, aparte de estos, apenas si había visitantes. Por esto fue que Berto quedó un tanto confuso cuando cierto día al subir a la torre vio un grupo de jóvenes, que sobre una manta charlaban animadamente en un recodo del camino... DSC02462cuando salió a la pasarela exterior una de las jóvenes miró hacia él, y con la familiaridad de quien saluda a un hermano levantó el brazo y lo saludó. Él no la saludó, estaba acostumbrado a saludar al sol, a la luna, al viento y las olas. Pero éstas nunca le habían contestado y menos aún le habían tomado la iniciativa, se sintió molesto consigo mismo... ¿quién era?, ¿Qué quería?, su mundo perfectamente solo se veía invadido por algo, alguien inesperado; Los observó desde detrás de los cristales, oculto por su atalaya, reían, jugaban, charlaban... luego cuando recogieron la manta y tomaron el camino de regreso al pueblo, la joven del saludo miró hacia atrás un momento, como buscando alguien de quien despedirse... como buscándolo a él. Los estuvo mirando hasta que sus figuras se perdieron en la lejanía, su mente se quedó vacía como cuando perdió a su madre y, como a ésta, deseó que volvieran.

Pasaron varios días hasta que volvieron los “intrusos”, escogió las mejores piezas, a su entender, para que se sintieran “cómodos”, disfrutaba con aquella función de “discjockey”, se sentía como el fantasma de la ópera vigilando desde bambalinas sus actores favoritos, como cuasimodo en la torre de Notre Damme. Cierto día mientras su amado Pavarotti cantaba “che gélida manina” alguien llamó a la puerta rompiendo el embrujo del momento, cuando abrió, ella estaba en el umbral, ella... al principio su rostro apenas se distinguía contra el rojo cielo del atardecer, luego la luz de sus facciones venció al paisaje y Berto observó, ahora detenidamente su rostro, su pelo moreno y ondulado, algo crespo por el viento, acotaban un ojos sonrientes, profundos y negros, su boca sonreía también, en su mano una botella vacía.

- ¿Puede darnos un poco de agua?

Berto desvió su mirada de la botella para fijarla en los ojos...

- ¿Qué si me puede llenar la botella?.

- Sí. si, claro – alcanzó a decir torpemente, cogió la botella y se dirigió al fregadero. Por el rabillo del ojo observó como ella, lejos de quedarse en la puerta entró en la casa con paso curioso pero decidido, no podía haber nada reprochable en la manera de hacerlo, pensó é20080207093847_caracolasl, mas aun, agradó a Berto aquella confianza.

- Que bonita colección de caracolas, ¿las has cogido tú?. – dijo ella mientras se acercaba al aparador, donde su “colección” de caracolas reposaba.

- Si, durante muchos años – dijo Berto observando , no sin fascinación como, de la treintena de caracolas, ella cogía su favorita.

Luego la soltó, tomó la botella de sus manos y se marchó. Cuando ya había salido, se volvió un segundo y casi le grito:

- Gracias por la música, por ella venimos aquí. Es preciosa.

Cuando cerró la puerta quedó inmóvil, petrificado, mirando el revés de ésta, algo había cambiado para siempre, algo en su interior había comenzado a arder y él sabía que no podría apagarlo, la sensación era parecida a la sentida cuando en sus lecturas Romeo se despedía de Julieta, pero más profunda. mucho mas profunda...casi sin fondo. Su universo estructurado y casi perfecto se desmoronaba a pedazos y caía en un abismo interminable. La parte más sensata de su corazón intentó poner sentido común a los sentimientos, recomponer aquél puzzle desordenado; cuatro frases, un saludo en la lejanía el primer día, y unas gracias, no podían bastar para socavar las rocas de su faro interno, Puccini con su Madame Butterfly se unía ahora desde los altavoces a este asedio asfixiante y sobrecogedor, haciendo más dolorosa la derrota de la razón a manos del sentimiento.

(Lo siento pero continuará)

Okawango

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