jueves

FLASH OUTPUT (Relato Breve)

LLUVIA Y ADIOS (1)
Luis dejó de mover los restos de café del fondo de la taza, frente a él, Sara parecía tensa, su rostro intentaba parecer inexpresivo, pero no lo conseguía, sus manos , las de Sara, retorcían la servilleta de papel, tratando de disipar la emoción.

- Deberíamos acotar esto en un tema de lógica, pero al menos para mi es difícil – dijo Luis sin mirarla a la cara.

Ella si lo miraba, miraba su pelo, abundante y rizado a pesar de su edad, tal vez – pensaba ella- ese fuera el problema, su madurez; cuando jóvenes le enamoró su “inconsciencia”, su falta de seriedad, sus ansias de experimentar, su rebeldía, ahora esas mismas “cualidades” eran las que hundían su matrimonio. Ahora ella, a sus cuarenta años, se veía unida a un niño grande, alguien que no había asumido su madurez, alguien que no afrontaba los problemas, los esquivaba y lo peor no los reconocía.

El miró a través de la ventana del bar, en una parada de autobús al otro lado de la calle una pareja de jóvenes reían bajo el paraguas de ella, parecían felices a pesar de la lluvia, recordaba que una vez “ellos” también fueron así, ahora su matrimonio parecía roto, no existían las ganas de vivir de antes, se quería hacer de cada circunstancia un problema, Sara había cambiado, no tenía la jovialidad de antes, seguía siendo hermosa con su pelo negro y su hermoso rostro, pero por dentro había cambiado. Él creía que desde un principio quedó claro que no querían ataduras. Cuando ella le hablo de hijos, hipotecas, futuro, se sintió traicionado, las conversaciones se transformaron en discusiones y éstas en peleas. El sabía que en esos momentos, le había dicho cosas que no sentía, pero él, y suponía que ella también, solo pensaba en hacer daño.

Ahora, sentados en aquel bar, todo parecía roto, nada podía encajar ya.

- Mañana pasaré por el piso a recoger algunas cosas – susurró él.
- Por supuesto – apenas pudo decir ella desde detrás de una lágrima que descendía por su mejilla.


El rostro de ella parecía impasible, no vislumbraba la tormenta interior, en un momento lo decidió, agarró la gabardina, el paraguas y se levantó, solo pudo decir un leve “adiós”.
El aire fresco y húmedo de fuera le sentó bien, respiró profundo y cruzó la calle, no tenía abierto el paraguas y la lluvia resbalaba por su rostro mezclándose con las lágrimas. Miró hacia el café, a través de la ventana lo vio aún sentado, sintió que en aquella mesa quedaban para siempre, un hombre, dos tazas… y quince años de su vida.
Dentro, la televisión informaba de los temporales sobre una imágenes de olas saltando el malecón de un puerto del norte; en un momento el ruido de la maquina de café al calentar la leche le despertó del estado absorto en el que estaba sumido.
Cuandó salió del café recordó que no había pagado, pero no pensaba volver a atrás, no, continuó caminando bajo la lluvía.


Okawango

2 comentarios:

  1. Qué bien escribes.
    Mañana nos vamos a Atenas.

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  2. Gracias Paco, espero que disfrutes como yo disfruté en diciembre, me encantaría verte a la vuelta, charlar y tomar un café. Cuidaros

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